El otoño es dulce, cálido, romántico,
melancólico y más efimero de lo que me gustaría. Es, sin duda, mi
estación favorita del año, por su color, su fragilidad, su sutil
melancolía, pero sobre todo por su luz, mágica, capaz de envolver y
dar belleza a todo lo que ilumina.
Todo se vuelve radiante a su paso ,
solo hay que dar un paseo por sus coloridos bosques, observar sus
bellos y áureos amaneceres, disfrutar sus deliciosos frutos, o
simplemente observar esos rayos de luz que atraviesan los cristales
cuando se acerca el ocaso, regalándonos escenas cargadas de vida y
una mágia desbordante.
Llenar carretes de otoño, y
descubrirlos cuando el frio invierno aprieta es una de mis
sensaciones favoritas. Es poder casi sentir los rayos de sol sobre
mis mejillas de nuevo, recuperar aquella serenidad de las tardes de
paseo por el campo, volver a vivir su luz, cálida, vibrante, de
ensueño.
Si tuviese que describir el otoño
diria que es una calida y acogedora tarde en la cocina junto al calor
de las brasas, ese sutil olor a castañas asadas y una taza de
chocolate caliente entre las manos, o tal vez, un largo paseo por el
bosque bajo una gruesa chaqueta de lana, observando instantes de
belleza fugazes.